sábado, 3 de julio de 2010

Sublimar la percepción

Dice Enric González que “ninguna victoria es tan bella como un buen fracaso”, cierto, pero incompleto. Enric, gran escritor y contador de historias, olvida que, además, no hay nada más bello que el fracaso de un coloso, ni siquiera el triunfo de un pequeño. Mientras la victoria engrandece el alma, la derrota la trasluce y la vuele más humana, más terrenal.

Lo ocurrido hoy en Port Elizabeth fue inesperado, y tremendamente bello. La alegría holandesa al final del partido, quizá y sólo quizá, puede ser considerada justicia poética, como las derrotas de Italia y Francia, y las victorias de Argentina, pero la tragedia brasilera evoca los sentimientos más profundos de humanidad que, aquellos que sentimos este deporte como sangre en las venas, podamos sentir. Estética pura. Eso fue lo que representó Brasil en la Copa Mundo. Y que no se confunda, estética desde el significado filosófico, que es el más bello que pueda haber.

Y lo más trágico de todo es que Brasil, el coloso más colosal del planeta fútbol, era bellísimo. Brasil destilaba belleza. Ese ritmo lento adormecía los sentidos y levantaba las sensaciones, sublimaba la percepción y el subconsciente. Brasil es inspiración colectiva y, ateniéndonos al ensayo sobre lenguaje y fútbol de Pier Paolo Pasolini, tendríamos que decir que Brasil es la prosa de Milan Kundera. Brasil es Kundera, y Kundera es la manta que abruma el intelecto y exalta el grado más alto de sensibilidad. Brasil también es Shine On You Crazy Diamond de Pink Floyd, y Brasil es la definición futbolística del último álbum de Jorge Drexler, Amar la Trama. A Brasil no le importaban los goles, sabían que al final siempre llegaban, a Brasil le importaba la sensación previa.

Pero, sobre todas las cosas, Brasil es Robinho. Tratar de explicar este Brasil sin mencionar a Robinho es como describir a la Argentina y no hablar de fútbol. Lo segundo puede explicar el resto por sí solo, pero el resto no puede hacerlo sin ello. Robinho es sublime. Cada pase, cada pausa, cada paso, cada toque es un control de los espacios, es la respuesta a un estímulo y la creación de una sensación. Para quien escribe, Robinho es huracán de percepciones ¿Qué va a hacer? ¿Qué hizo? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Con qué sentido? ¿Hacia dónde va? ¿Qué dirección tomará? Se dibujan en mi mente en los instantes en que el brasilero aparece en la pantalla y, al final de la jugada, siempre, siempre sonrío porque Robinho es único. Seguro Cruyff se refería a eso cuando decía aquello de “gallina de piel”.

Es quizá por eso, por Robinho, que Brasil me gustó tanto, me transmitió tanto. Por allá en 2007 cuando Dunga ganaba la Copa América, Brasil no me gustaba. Hace un año cuando ganó la Copa Confedereaciones, Brasil tampoco me gustaba. Era la Brasil de Dunga, un gran equipo, pero no me llenaba la vena estética. La Brasil de Sudáfrica fue más la Brasil de Robinho y menos la Brasil de Dunga. No estuvieron Ronaldinho, ni Hernanes, ni Marcelo, pero qué más da ahora. Estuvo Robinho, y Robinho fue amo y señor de la pelota. Eso siempre se agradece.

Se va Brasil y se va Robinho. También se va Dunga. El gran campeón jugó un fútbol muy bello, y perdió con el campeón sin corona que jugó horrible. Ironías del fútbol que mientras termino de escribir esto regala un final de infarto a Uruguay, por aquello de que con Francescoli no pasó, y le hace pasar un trago amargo a Ghana qué también fue una prosa muy bien escrita. Se fue Brasil. Hay “Saudade”. El mundial continua, pero este día difícilmente puede ser superado en belleza y contenido épico.